Por Gianmarco Linares H. 
Cadete de luces

¿Quién no conoce al “Jaguar”? ¿Qué peruano no ha oído de él? El Jaguar tuvo méritos para encajar y quedarse como símbolo de nuestra identidad cinematográfica y nacional. ¿Qué joven de los años 80s no creció admirando la rudeza de aquel chalaco cadete del Colegio Militar Leoncio Prado? Ese alumno y modelo a evitar, pero que, con sus principios bien establecidos y con su valentía, aunque perjudicial, deslumbró a más de una generación. Desde su estreno, en 1985, “La ciudad y los perros” triunfó como adaptación de la novela de Mario Vargas Llosa, la vida o, más bien, la supervivencia de los estudiantes de la tradicional institución; bajo la elaboración del talentoso director Francisco Lombardi. No hay pero que valga: La ciudad y los perros es una película icónica de nuestro cine. La novela es una figura icónica en nuestra literatura. ¿Y el Jaguar? Quizá, la figura más icónica en la vida de Juan Manuel Ochoa.

¿Y quién es Juan Manuel Ochoa? Un policía del barrio de Breña que terminó baleado por su propio hijo, producto de los constantes abusos y desafíos que le impartía a él y a su madre. Un lunático recluido en el penal “El Frontón” deseando matar a quien tiempo antes fue su compañero de fuga. Robó el ganado de un par de hacendados en un pequeño pueblo aprovechándose de su cargo. Juan Manuel llevó a un recordado comediante por el rumbo de la drogadicción en su juventud y pidió replegar las tropas en el conflicto armado del Pacífico hace más de 130 años. Lo cierto es que Juan Manuel lleva años siendo lo que quiere. A sus cincuenta y ocho años, este actor de profesión, villano por excelencia, lleva más de la mitad de su vida pisando rodajes. Esto empezó cuando encontró el papel del Jaguar en el casting para La ciudad y los perros, o, quizá, el Jaguar lo encontró a él.

¿Y era Juan Manuel ese cadete matón, frío, pero exacto al momento de actuar, con códigos de acero y autor de los peores castigos a quienes consideraba débiles o maricones? Es una persona carismática por donde se le vea. La primera vez que hablé con él por teléfono, no necesité volver a preguntar por su dirección. 

-¿Una entrevista de perfil? ¿Y no puede ser de frente?

Atiné a responder su simpática conversación y nos llamamos unas cuantas veces más después. Yo estaba listo a una media hora antes de lo pactado y rondaba por su barrio, pero él ya me había llamado para decirme lo mismo: ambos nos anticipamos a la hora pactada. Cuando subí a su apartamento, la puerta estaba abierta y él, en su sofá viendo televisión. Una especie de sencilla invitación de confianza.

-Acá todos fumamos. La única que no fuma es mi hija Margarita porque tiene once años.

A los primeros minutos de la conversar ya intercambiábamos el encendedor y llenábamos los vasos. Él me había ofrecido unas aceitunas y me fue presentado a su familia conforme ellos abordaban la sala. Juan Manuel vive entre mujeres, pero no para mal. Vive con su esposa, "Chana"; su cuñada, una de las figuras más poéticas de su vida, como él dice; y la menor de sus hijas, en un colorido departamento en La Victoria.

Treinta y dos años después siguen viendo en él al Jaguar. Lo han llamado así cada vez que lo reconocen en la calle y hasta las chicas con las que salía en su juventud. ¿Qué hizo que sea un Jaguar por naturaleza? ¿Qué lo llevó a calar tan bien en el personaje que lleva consigo donde sea, a modo de una afortunada maldición? Lo que pocos saben es que el actor Juan Manuel Ochoa pasó años preparándose para el que sería, sin saberlo, el papel de su vida.

¿qué me mira, cadete?


Juan Manuel quería ser militar. Un cadete naval para ser exacto. De niño, su abuela, Margarita, cuyo nombre lleva ahora la menor de sus hijas; lo había motivado a querer llevar un estilo de vida uniformado y presentable. A los doce años presionaba a sus padres para internarse en el Colegio Militar Leoncio Prado, institución castrense en la cual ocurrirían los hechos ficticios de la película y, por lo tanto, los de la novela también: Mario Vargas Llosa había estudiado dos años de su secundaria en dicha escuela, lo que hizo natural que esta no escape de su escritura. Fue un deseo difícil para su situación. Juan Manuel, mayor de siete hermanos, tuvo que postular a la beca en la admisión al Colegio Militar. Su anhelo crecía. El veía a los militares en los desfiles y con sus uniformes; tenia presente que eran una lujosa clase social y que emanaban superioridad como sea.

- Tú veías cosas como que los televisores de colores solo estaban en las familias militares. Eran los poderosos del país.

-¿Y qué te desencantó de la vida militar?

-Había vivido todo mi uso de razón en un entorno militar. No me molestaba. Yo quería ser militar, hasta que entre a la escuela. Yo venía de ser un chico de papá y mamá a entrar en un mundo hostil. Para un adolescente, eso no le es nada grato.

-¿De hijo a soldado?

-¡A perro! Yo ya venía de experiencias de bullying y me di cuenta que acá, o sacas la mierda a todos para que te respeten o eras el pendejo; y yo no era peleador.

Las primeras experiencias de acoso se las ganó en Chincha, donde vivió menos de un año. Juan Manuel era uno de los pocos niños que llevaba el uniforme completo a clase. Estuvo en un colegio nacional, al igual que sus hermanos varones; sus hermanas, en colegios particulares. Su año escolar coincidió con la época de las grandes haciendas. Ir correctamente vestido y aseado al colegio, saberse las lecciones del día, el único “blanco” del salón y gordo, para colmar, lo hacía el blanco perfecto para las burlas. Son hechos de los cuales, ahora, se ríe y me cuenta sin tapujos.

La supervivencia que implica el mundo militar fue algo que llegó a odiar. Pasar de perro a vaca como quien quería la cosa, lo logró aplicando su viveza para no chocar con nadie. En el Leoncio Prado dictan tercer, cuarto y quinto de secundaria. Los perros o bautizados son los menores; se llevan la peor parte en el colegio. Luego, los cadetes de cuarto años son llamados chivos y los de quinto, quienes castigan, vacas. El bautizo de Juan Manuel no fue diferente al de los perros en la película, salvo que fue el Jaguar quien no se dejó bautizar y logró romper con dicha tradición. Tampoco fue tan cruel, recuerda. Los bautizos eran, en su época, públicos y casi institucionales. Eran exhibiciones donde se humillaba a los cadetes ingresantes con espectáculos en un rodeo donde, a lo mucho, resultaban con heridas superficiales. Ya era cosa de los cadetes de quinto año darles un bautizo más personal a puerta cerrada, es decir, en el cuartel.

En estos años, la tortura de vivir recluido era disipada con las bromas, travesuras y anécdotas que Juan Manuel solía hacer; era su opción para evitar la matonería. Esconderse para no formar, o “tirar contra” que es como, en la novela, se le llama a escaparse de noche y volver horas más tarde, con trago y otras cosas, era lo habitual. Las academias preuniversitarias aparecían y muchos cadetes solicitaban un permiso especial para acudir a ellas dejando la escuela por unas horas. Juan Manuel no estudiaba en una, pero no desperdició la oportunidad de librarse de su cuadriculado claustro en más de una ocasión; siempre con el miedo de saber que se jugaba una expulsión. Necesitaba hacerlo aunque sus padres no lo supieran. Algunas veces salía sin saber dónde ir. 

Estas cosas eran su distracción perfecta. Fue asumiendo su desencanto por el mundo militar, puesto que su permanencia en ese colegio sería de tres años y él había replanteado su decisión desde un inicio. Juan Manuel se volvió un cadete leonciopradino completo.

-¿No intentaste cambiarte?

-No. No tenía el corazón de hacer que mis viejos devuelvan al Estado todo lo que este había invertido en mí. Yo había jodido para que me pongan ahí. Me habían puesto una valla muy alta y la conseguí. Además, eso me valió para estar en la Católica.

Recuerda su institución con un gran cariño y le agradece que le haya forjado valores que ha llevado para bien por toda su vida. Puntualidad, lealtad, respeto y tranzar tus códigos con quienes conoces son normas de vida para el actor. Normas no escritas que ha sabido respetar aun en los peores momentos de su vida. Normas que hasta el Jaguar tenía en cuenta; uno no desobedece cuando descubre que ha sobrevivido gracias a ellas. No pude evitar recordar en el hecho de que me llame diciendo que estaba listo, media hora antes de lo pactado, aunque, de todos modos, yo ya me encontrara esperándolo a él.

-No me arrugo que me hagan comer tierra con ají. Después lo vomito, pero no falto el respeto. No me cabreo para esas huevadas. No digo que todos deban pasar por el Colegio Militar, pero, a veces, el libre pensamiento lleva al caos. Si tú no tienes cuatro huevadas bien puestas,cuatro paredes, cuatro parámetros, estás cagado. Se te vendrá el mundo abajo y lo peor es que arrastras gente cuando se cae porque uno no vive solo.

La vida del malvado de pantalla grande estuvo llena de desencantos vocacionales. Su hastío por el mundo militar lo llevó por otro rumbo: la escritura. Siempre le gustó leer y escribir. Decidió postular a la Universidad Católica, bajo el programa de Antropología. El grito de sus padres no se haría esperar, más aun cuando, en esos años, se cambia a Literatura para abandonarla después. No sería para mal dejar la carrera de letras: Juan Manuel había entrado a estudiar en la academia de teatro de su universidad (TUC) y, por exigencia de ambas, terminó escogiendo este último.

Vocación


Su desempeño en el Leoncio Prado hizo que pague la escala mínima una vez en la universidad, pero esto no quitó el esfuerzo de dos padres que mantenían a siete hermanos. El recién egresado cadete del Colegio Militar no perdió tiempo para independizarse y buscar una pensión. Tuvo la suerte de trabajar en funciones de teatro, a la par que descubrió esta vocación gracias a un amigo de la infancia.

-¿Cómo llegaste a la actuación?

-Por un buen amigo: Julián Contreras.

Julián fue su primo y pata de barrio a la vez. La madre de Juan Manuel alquilaba una movilidad todos los veranos para que llevara a la playa a los hermanos y los primos de la familia. Julián empezó a estudiar en la Universidad Ricardo Palma, a la par que Juan Manuel lo hacía en la Católica. Solían ir a proyecciones de cine; los jueves eran días de cine club.

-Él me presentó la música underground. Puso a Pink Floyd por primera vez en mi vida y me la cambió para siempre. Me hizo leer a Cortázar y me introdujo al cine. Éramos chicos buenos, casi nerds jajaja.

Un jueves, Julián le dijo a Juan Manuel que irían a ver la obra de teatro "Oye". Cuenta que no le disgustó la idea. Además, aceptó porque su amigo le había prometido pagar las entradas, gratuitas por cierto. Terminó encantado, la obra se hizo en un modesto teatrín de un local comunal de un mercado miraflorino. No era el teatro de grandes butacas que imaginaba, pero las dos horas que estuvo en él, le bastaron para que pueda sentir la energía del teatro y descubra su verdadera pasión. Cuenta que se acercó a Mario Delgado, uno de los actores de aquella obra:

-Le dije que quería quedarme a vivir con ellos. Él se cagó de risa y fue quien me dijo que existía el TUC. Tenía más de dos años en la universidad y no sabía que existía.

-¿Y cómo fue que te sustentase?

-Gracias a Osvaldo Cattone.

Juan Manuel cuenta que le tocó la puerta. No lo conocía, pero necesitaba sustentar su independencia y se acercó al director de teatro después del estreno de El hombre de La Mancha. Para su fortuna, Cattone buscaba un asistente para su socio, Chalo Gambino. Esto le daría la estabilidad que necesitaba. La pensión en donde vivía le costaba unos cien dólares mensuales, Cattone le pagaba 120 por semana. Pero lo más importante era que se solventaba contribuyendo al teatro y pudo acercarse actores de renombre.

-Le dije a Osvaldo que necesitaba trabajo porque acababa de emanciparme y me dijo: “Mirá che, tenés suerte porque Chalo, mi socio, no puede con el sonido, así que llamalo a Chalo. Él te va a enseñar”. Ni le pregunté cuanto me iba a pagar.

Y así, con dieciocho años, Juan Manuel se enfocó en las clases del TUC y su trabajo de sonidista. Iba de un lado a otro; siete funciones a la semana. Un día de descanso y uno de doble jornada. El teatro político fue lo primero que le atrajo. Primero, adoptó las tendencias juveniles de izquierda; la convicción progresista que marcó la revolución cubana era influyente. Cuando acabó la escuela, estuvo un tiempo haciendo teatro en las comunidades campesinas, pero el terrorismo acabó por desencantar esta postura ideológica y llevarlo al lado más artístico de la actuación.

el jaguar: la audición


Tiene en su sala un cuadro pintado de un personaje suyo de aspecto militarizado e imponente. Creí que era el Jaguar con su uniforme de imaginaria, pero me dijo que no se trataba de él. Fue un personaje que hizo para la televisión. Además, nunca se le vio al Jaguar hacer guardia: siempre mandó a otros a hacerla por él. Esto me llevó a preguntarle por él. Era 1985 y Juan Manuel acababa de volver de la selva. Tras un divorcio y desempleado, volvió a su escuela, donde consiguió un puesto en la administración de la misma. No tardó en volver a caer en el desempleo. Cuenta que contactó a un compañero de su promoción del Leoncio Prado, Ramón García, quien trabaja con Lucho Llosa, primo del famoso novelista y futuro vínculo profesional del actor. Lucho le consiguió un papel en Gamboa, una famosa teleserie de la época.

-Yo tenía un papelito de reparto. Le gusté a Lucho y le paré el macho (en la serie) a Jorge García Bustamante, uno de sus protagonistas. El único episodio donde Gamboa perdió fue donde aparecí yo.

A través de Lucho Llosa, consiguió un puesto en asistente de producción para los proyectos de Manolo Castillo. Un día, y con la confianza que le tenía a Manolo, quien había sido su jefe en otra ocasión; Juan Manuel lo oye hablar por teléfono y se entera que Castillo estaba de director de casting para La ciudad y los perros. No dudó ni un momento en interceder:

-¡Manolo ya pues! ¡Llámame! ¡Yo quiero ser el Jaguar!

-¡Pero tú no eres rubio!

-¡Me tiño el pelo!

Manolo le aseguró una cita que no llegaría, a no ser que Juan Manuel la buscase. Pasado más de un mes se enteró que faltaba una semana para iniciarse el rodaje de la película y “voló” al casting. Recuerda que había una fila de cientos de personas. Estaban seleccionando al staff de los cadetes del colegio. Con la misma prisa con la que salió de su trabajo al casting, atravesó la extensa fila de postulantes, sin pedir permiso alguno y hasta dar con la recepcionista.

-¡Hola! Soy Juan Manuel Ochoa y busco a Manolo Castillo. Tengo una cita.

La negativa de no estar en la lista lo hizo insistirle a que busque de nuevo su nombre. Mientras ella leía, logró ubicar a Manolo con la mirada, se hallaba algo lejos. Gritó “¡Manolo!” y se metió a los cuartos de casting, de nuevo sin pedir ningún permiso. Tenía presente de que su jefe le había garantizado, quiera o no, esta oportunidad, así que el solo estaba aprovechándola. Juan Manuel probó suerte. Lo hizo pésimo, cuenta, y pidió una segunda oportunidad, pues acababa de llegar y necesitaba unos minutos para leer el libreto. Notó que en su prueba de casting se encontraba un sujeto de cabello largo y extensa barba quien él no había visto nunca y que le dijo a Manolo que le dé una cita con él al día siguiente. Se trataba de Francisco Lombardi. Todo el elenco de cadetes que actuó en la película acudió a la cita al día siguiente.

Este fue el inicio del proceso que llevaría Juan Manuel Ochoa a esbozar la figura del Jaguar para todos los peruanos. Ni el mismo Mario fue la excepción. La segunda vez que Vargas Llosa acudió al rodaje fue para quedarse todo el día. El escritor se acercó para conversarle y le dijo algo que él cuenta que desearía poder tener colgado en su pared: “Juan Manuel, después de verte hacer del Jaguar, ya no tengo otra imagen del Jaguar que no sea la tuya en mi cabeza.” Fue así como supo, sin miedo a retroceder, que podría encarnar al revoltoso cadete que lo llevaría a ser la imagen de malvado por siempre; al presunto asesino cuyas ideas aplicaban para el mundo que solo él habitaba. Juan Manuel me dice que la historia tenía una exactitud con lo que la vida militar le ofreció.

-Eso es uno de los grandes méritos de Mario en la novela. El sintetizó en personajes estereotipos a los que son los personajes de todas las promociones del colegio militar. Yo, como lenociopadrino, te puedo decir que cada promoción tiene un jaguar, un circulo, un Gamboa… Me he encontrado con cientos de promociones que me dicen: “En mi promoción estaba el verdadero Jaguar”.

gajes de oficio


Juan Manuel se gana la vida de distintas formas. No es alguien que viva del cine, asegura. Ha sabido recursearse cuando ha sido necesario y aprender que la vergüenza a un trabajo digno y humilde puede estar, pero que es un prejuicio que nosotros mismos implantamos. Hace años que encomendó su voz a los doblajes comerciales e institucionales. Siempre está activo en el cine, teatro y televisión. También ejerce un servicio de training para actores, un servicio personal y que, otras veces, ejerce como taller de actuación para villanos. Su pareja, la Chana, también maneja, a su manera, el arte diseñando varias manualidades, además de manejar un servicio de catering ocasionalmente.

Ha sabido evitar el “llevarse el trabajo a casa”. A pesar de trabajar personajes por meses e, incluso, años.

-Esas son deformaciones profesionales que son inevitables por más que uno le ponga cuidado. Hay que cuidarse mucho de eso.

-¿Alguna vez te ha beneficiado este problema?

Cuando era soltero me beneficiaba y me perjudica ahora que me metí con la Chana (risas).

También sabe reconocer sus errores y superarlos. Escándalos y noticias que lo vinculaban a sustancias, en un pasado, ya no se ven.

-¿Cómo superaste la adicción?

-Me drogaba hasta que me di cuenta que por ahí no iba el asunto. Cuando uno es hedonista hace las cosas que le gusta, pero no puedes dejar que eso se apodere de ti. Creo que es un tema de aceptación y sinceridad. De darle lugar a cada cosa.

-Es como elegir de qué quieres esclavizarte.

-Es algo que me tiene sin cuidado siempre que funcione. Las etiquetas ya me las han puesto. Hay cosas que mi cuerpo no me permite, que ya ni si quiera me provocan. Ya no me cuesta ni mierda y así quiero quedarme. Hay otras cosas que me gratifican tanto o más que esas otras.

-¿Estás hablando de quemar etapas?

-Estoy hablando de asumirlas

¿Quién mató al esclavo?


-¿Quién iba a pensar que treinta y tantos años después de filmar La ciudad y los perros sería la película más importante de mi vida? Si hubiera sabido todo lo que iba a pesar en mi vida, hubiera intentado hacerla mejor y habría salido peor.

Dos acontecimientos tuvieron que pasar para que la historia del Jaguar, el Poeta y de los cadetes de su sección no termine ahí. 

Fernando Zevallos “Lunarejo” uno de los más grandes implicados en narcotráfico de nuestro país, el dueño de Aerocontinente y condenado a prisión por lavado de activos fue promoción de colegio de Juan Manuel Ochoa. Él rescata los valores de la institución, pero, de la misma forma, me afirma que un claustro ofrece, también, reforzar antivalores que en uno radica. Cuenta que, en una reunión de reencuentro de promociones del Colegio Militar se le ocurrió. 

-¿Qué pasaría si Fernando Zevallos hubiera sido el Boa?

Boa, en la historia, fue uno de los compañeros del Jaguar, uno de los cuatro integrantes de El círculo, grupo que robaba los exámenes y traficaba con licor y cigarros dentro de la escuela. 

Lo otro fue el aniversario de los treinta años de la película. Ambas cosas han servido de inspiración para que el actor desarrolle la continuación de la historia involucrando al Jaguar, al Poeta, al Boa, al teniente Gamboa y a muchas personalidades más que se cruzarían en uno de los frecuentes reencuentros de promociones del Leoncio Prado.

Juan Manuel se atribuyó, así, poder escribir el guion de lo que sería la secuela de la película, titulada “¿Quién mato al esclavo?”.

-¿Crees que será posible financiarla?

-Sí. ¿Sabes por qué? Para empezar, Pancho (Lombardi) está esperando el guion hace tres años. De esto ya sabe Mario. Él ha cedido los derechos. Con esas dos plataformas, la película se financia sola.